El viernes pasado un Ruiseñor común nos deleitó con su magnífico canto desde el negrillo que hay en el jardín del CEPA El Inestal. A los ruiseñores se les puede oír cantar tanto de día como de noche, pero sus interpretaciones de virtuoso se
oyen mejor en la quietud de una cálida tarde a fines de primavera, cuando los
machos compiten para atraer a las hembras, que vienen de sus cuarteles de
invierno en África tropical. Las hembras llegan unos diez días después que los
machos y vuelan de noche para evitar a los depredadores.
El canto es inolvidable por su volumen, su variedad de notas y por la fuerza con que es emitido. Consiste en una rápida sucesión de notas repetidas, unas roncas, otras líquidas, incluyendo un «choqui-choqui-choqui» muy sonoro y un «piu» aflautado y piante, primero lento y luego alcanzando un crescendo.
Por cada diez personas que le han oído cantar, difícilmente habrá una que haya visto realmente a ésta arisca ave. Cuando salen al descubierto son pájaros poco visibles, que llaman la atención sólo por su canto.
El Ruiseñor común esconde su nido tan cuidadosamente como se oculta él mismo, construyéndolo cerca del suelo entre la espesa vegetación. En su cortejo nupcial, el macho despliega la cola, la sube y la baja, agitando las alas e inclinándose hasta llegar con el pico a menor altura que su posadero.
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