Entre todo lo que se descubrió en la tumba de Ötzi, el hombre de hielo cuyo cadáver momificado de 5.300 años de antigüedad fue descubierto en el Tirol, se encontraban un hacha de cobre con empuñadura de tejo y un arco largo, no terminado, en duela de tejo. Las asociaciones místicas, mitológicas, militares y médicas de las civilizaciones occidentales con el tejo, uno de los árboles más longevos con los que hemos compartido el planeta, han sido prolongadas. En Clacton, en la costa de Anglia Oriental (Inglaterra, se recobró una lanza de tejo de, al parecer, más de 200.000 años de existencia; y entre los animales representados en las paredes del conjunto de cuevas de Lascaux, Francia, se pueden apreciar pinceladas que han sido aribuidas a ramas de tejo.
Más allá de esto, las plantas que resultan tóxicas con una dosis también pueden tener potencia medicinal, si esa dosis se reduce. En consecuencia, durante miles de años se han usado extractos de tejo para combatir numerosas dolencias. Esto no se ha mantenido únicamente como parte de los sistemas curativos tradicionales, sino que se han convertido en populares y ortodoxos medicamentos contra el cáncer. El paclitaxel, producido por el tejo, sustancia empleada en quimioterapia, tiene una estructura molecular tan compleja que resulta poco rentable sintetizarla artificialmente, así que la demanda de corteza de tejo se disparó desde el descubrimiento de las virtudes de esta sustancia, poniendo a este árbol en peligro.
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